Hace 35 años, en
pais aislado del Himalaya su rey decidió que la felicidad es más importante que
la economía. Antepuso la Felicidad Interior Bruta al Producto Interior
Bruto. En la imagen, un joven que trabaja construyendo un edificio en el
bosque, se cubre la cabeza con una corona de ramas
¿Y si los indicadores económicos no fueran suficientes para medir el bienestar
de una sociedad? Hace 35 años, en un aislado reino del Himalaya, un carismático
rey decidió que era más importante la felicidad interior bruta que el producto
interior bruto. Hoy, Bután es la democracia más joven del mundo y el exótico
campo de pruebas de uno de los debates más interesantes del pensamiento económico
global.
Detrás de las grandes
historias suele haber grandes personajes. Y nadie que haya visitado su pequeño
reino del Himalaya podrá negar ese calificativo a Jigme Singye Wangchuck,
cuarto rey de Bután, cuya aura misteriosa y novelesca parece respirarse en cada
uno de los hogares de este país del tamaño de Suiza, con apenas 700.000
habitantes, al que el cuarto rey convirtió el año pasado en la democracia más
joven del mundo.
En una semana en el país no fue posible
escuchar una sola mala palabra sobre Jigme Singye Wangchuck, educado en el
Reino Unido, casado con cuatro hermanas y padre de 10 hijos, uno de los cuales
es el actual rey. En cambio, el relato de sus virtudes se repite hasta el
empalago. Que si vive solo en una cabaña modesta. Que cuando la gente se
ofreció a construirle un castillo dijo que no, que emplearan el dinero y el
tiempo en levantar escuelas y hospitales. Que es compasivo, sabio, que lo
sacrificaría todo por su pueblo. Que acudió el primero a defender con sus propias
manos al país cuando hubo que luchar, en 2003, contra los rebeldes separatistas
de Assan, que cruzaban la frontera y se ocultaban en los densos bosques de
Bután para lanzar ataques contra la India.
Es un rey dios. El único rey de la historia
de la humanidad que merece ese apelativo. Muchos pueblos, por muchos motivos,
han venerado a sus mandatarios. Pero él es especial. "Es una mente
iluminada. Es como un buda". Quizá no haya que ir tan lejos como Ashi
Sonan Choden Dorji, de 41 años, la hermana pequeña de las cuatro reinas, que
define así a su cuñado, tomando té en el elegante salón de su casa a las
afueras de la capital. Pero podría aceptarse la palabra visionario si se tiene
en cuenta que el rey acuñó, hace 35 años, un término que hoy, en este escenario
del poscomunismo y del poscapitalismo salvaje, constituye el centro de uno de
los debates más interesantes que se están produciendo en el pensamiento
económico mundial. Un debate al que se han apuntado premios Nobel como Joseph
E. Stiglitz o Amartya Sen y líderes occidentales como Nicolas Sarkozy o Gordon
Brown.
El 2 de junio de 1974, en su discurso de
coronación, Jigme Singye Wangchuck dijo: "La felicidad interior bruta
es mucho más importante que el producto interior bruto". Tenía 18 años
y se convertía, tras la repentina muerte de su padre, en el monarca más joven
del mundo.
No fue un mero eslogan. Desde aquel día, la
filosofía de la felicidad interior bruta (FIB) ha guiado la política de Bután y
su modelo de desarrollo. La idea es que el modo de medir el progreso no debe
basarse estrictamente en el flujo de dinero. El verdadero desarrollo de una
sociedad, defienden, tiene lugar cuando los avances en lo material y en lo
espiritual se complementan y se refuerzan uno a otro. Cada paso de una
sociedad debe valorarse en función no sólo de su rendimiento económico, sino de
si conduce o no a la felicidad.
Dos factores pueden explicar que esta
especie de tercera vía de desarrollo se haya llevado a la práctica precisamente
aquí, en este aislado reino del Himalaya. Por un lado, está su profunda
raigambre en la filosofía budista. Y por otro, el proverbial retraso de Bután
en su apertura al mundo. El lama reencarnado Mynak Trulku explica el primer
factor: "La felicidad interior bruta se basa en dos principios budistas.
Uno es que todas las criaturas vivas persiguen la felicidad. El budismo
habla de una felicidad individual. En un plano nacional, corresponde al
Gobierno crear un entorno que facilite a los ciudadanos individuales encontrar
esa felicidad. El otro es el principio budista del camino intermedio". Y
esto enlaza con el segundo factor, que explica Lyonpo Thinley Gyamtso, ex
ministro del Interior y de Educación: "Están los países modernos, y luego
está lo que era Bután hasta los años setenta. Medieval, sin carreteras, sin
escuelas, con la religión como única guía. Son dos extremos, y la FIB busca el
camino intermedio".
La televisión llegó a Bután en 1999, al
mismo tiempo que Internet. Thimpu es hoy la única capital del mundo sin
semáforos, y el aeropuerto internacional cuenta con una sola pista. Ese retraso
en la modernización ha permitido a Bután, un pequeño país encajado entre los
dos Estados más poblados de la Tierra, la India y China, aprender de los
errores de otros países vecinos en vías de desarrollo que se han centrado
exclusivamente en el progreso económico.
El concepto butanés de la felicidad
interior bruta se sostiene sobre cuatro pilares, que deben inspirar cada
política del Gobierno. Los pilares son:
1. Un desarrollo socio-económico sostenible
y equitativo.
2. La preservación y promoción de la
cultura.
3. La conservación del medio ambiente.
4. El buen gobierno.
Para llevarlo a la práctica, el cuarto rey
creó en 2008 una nueva estructura institucional al servicio de esta filosofía,
con una comisión nacional de FIB y una serie de comités a nivel local.
Lo que medimos afecta a lo que hacemos. Si
nuestros indicadores sólo miden cuánto producimos, nuestras acciones tenderán
sólo a producir más. Por eso había que convertir la FIB de una filosofía a un
sistema métrico. Y eso es lo que encomendó el cuarto rey al Centro de Estudios
Butaneses, que años después ha dado con un índice para medir la felicidad.
La materia prima es un cuestionario que
responderán los ciudadanos butaneses cada dos años. La primera encuesta se
realizó entre diciembre de 2007 y marzo de 2008. Un total de 950 ciudadanos de
todo el país respondieron a un cuestionario con 180 preguntas agrupadas en
nueve dimensiones:
1. Bienestar psicológico.
2. Uso del tiempo.
3. Vitalidad de la comunidad.
4. Cultura.
5. Salud.
6. Educación.
7. Diversidad medioambiental.
8. Nivel de vida.
9. Gobierno.
Éstas son algunas preguntas del
cuestionario:
"Definiría su vida como:
a) Muy estresante,
b) Algo estresante,
c) Nada estresante,
d) No lo sé".
"¿Ha perdido mucho sueño por sus
preocupaciones?".
"¿Ha percibido cambios en el último año
en el diseño arquitectónico de las casas de Bután?".
"¿En su opinión, cómo de independientes
son nuestros tribunales?".
"¿En el último mes, con qué frecuencia
socializó con sus vecinos?".
"¿Cuenta usted cuentos tradicionales a
sus hijos?".
Una vez procesada la información de las
encuestas, se determina en qué medida cada hogar ha alcanzado la suficiencia en
cada una de las nueve dimensiones, estableciendo unos valores de corte. A cada
indicador en el que un hogar ha alcanzado o superado el valor de corte se le
atribuye un cero. Cuando el encuestado no ha llegado al valor de corte en un
indicador, se le resta el resultado al valor de corte y se divide la resta por
el propio valor de corte. Por ejemplo, si el límite de la pobreza es 8 y el
encuestado ha alcanzado 6, el resultado es (8-6) / 8 = 0,25.
Entonces, ¿cómo se determina quién es
feliz? Es feliz aquella persona que ha alcanzado el nivel de suficiencia
en cada una de las nueve dimensiones (0). ¿Y cómo se determina la felicidad
interior bruta? FIB = 1 - (la media del cuadrado de las distancias respecto a
los valores de corte).
Ya tenemos, pues, el valor de la felicidad.
Pero es sólo eso, un número. El siguiente paso es comparar la FIB de los
diferentes distritos. Compararla a lo largo del tiempo. Descomponer el índice
por dimensiones, por géneros, por ocupaciones, grupos de edades, etcétera. Y
así, la FIB puede utilizarse como un instrumento para orientar políticas.
La determinación por medir la felicidad nacida
de aquel discurso de coronación del cuarto rey de Bután puede verse como un
caso pintoresco o enternecedoramente naïf
desde las potentes economías occidentales. Pero la misma inquietud empieza a
ocupar las agendas de influyentes mandatarios y eminencias de la economía a
nivel mundial. En febrero de 2008, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, creó
la Comisión Internacional para la Medición del Desempeño Económico y el
Progreso Social, debido, en palabras de su director, el profesor de la
Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, "a
su insatisfacción, y la de muchos otros, con el estado actual de la información
estadística sobre la economía y la sociedad" (EL PAÍS,Negocios, 20 de septiembre de 2009).
"El gran interrogante", proseguía Stiglitz, "implica saber si el
PIB ofrece una buena medición de los niveles de vida". Y los resultados de
la comisión, presentados el pasado mes de septiembre, confirmaron las sospechas
de Sarkozy: el PIB se utiliza de forma errónea cuando aparece como medida del
bienestar. Pero también hay quien advierte de los riesgos de ampliar la
variedad de estadísticas económicas, que podría permitir a los Gobiernos agarrarse
a unas u otras a su antojo, en detrimento de la objetividad.
Bután no debe ser (ni lo pretende) un
ejemplo para otros Estados. Las peculiaridades del país hacen su experiencia
inexportable. Bután es una de las economías más pequeñas del mundo, basada en
la agricultura (a la que se dedica el 80% de la población), la venta de energía
hidráulica a la India y el turismo. Y es un país altamente dependiente de la
ayuda externa. La tasa de alfabetización es del 59,5%, y la esperanza de vida,
62,2 años. Probablemente el concepto de FIB les suene a chino a las remotas
tribus de pastores nómadas del este, que se visten con pieles de yak, practican
una religión animista y ofrecen animales sacrificados a sus dioses en las
montañas. Y más aún a los 100.000 ciudadanos de la minoría étnica nepalí que
viven en campos de refugiados en Nepal desde principios de los noventa, después
de haber sido expulsados de Bután por el Gobierno.
Pero en 2007 Bután fue la segunda
economía que más rápido creció en el mundo. La educación, gratuita y en inglés,
llega hoy a casi todos los rincones del país. En un estudio realizado en
2005, el 45% de los butaneses declaró sentirse "muy feliz", el 52%
reportó sentirse "feliz" y sólo el 3% dijo no ser feliz. En el
Mapamundi de la Felicidad, una investigación dirigida por el profesor Adrian
White en la Universidad de Leicester (Reino Unido) en 2006, Bután resultó ser
el octavo más feliz de los 178 países estudiados (por detrás de Dinamarca,
Suiza, Austria, Islandia, Bahamas, Finlandia y Suecia). Y era el único entre
los 10 primeros con un PIB per cápita
muy bajo (5.312 dólares en 2008, seis veces menor que el español).
El sol ilumina intensamente la ciudad de Thimpu
este sábado por la mañana. La vida transcurre sin prisa. Los puestos del
mercado de verduras ofrecen los ricos productos autóctonos. Hay deliciosos
chiles rojos y verdes, lustrosas berenjenas, compactas coles, tomates de árbol,
decenas de tipos de manzanas y arroz rojo del Himalaya. Hay orquídeas, una de
cuyas variedades se come, aportando una textura fibrosa y un sabor amargo a los
guisos de chile o de carne. Y hay nuez de areca que, untada con lima y envuelta
en hoja de betel, tiñe de rojo los dientes y los escupitajos de los butaneses
que la mastican, enganchados a su ligero efecto narcótico. Un sustituto del
tabaco, cuya venta está prohibida en el país.
Unos jóvenes celebran un campeonato de tiro
con arco, el deporte nacional, y bailan y entonan canciones tradicionales
cuando su equipo acierta en la diana colocada a 145 metros de distancia. Otros
duermen después de divertirse hasta altas horas de la noche en karaokes y clubes no muy diferentes de
los que uno puede encontrar en cualquier pequeña ciudad occidental. Thimpu
tiene cierto ambiente urbano, mitigado por el hecho de que, por ley, los
edificios deben construirse siguiendo determinadas reglas de la arquitectura
tradicional.
La mayoría de la gente, incluso aquí en la
ciudad, viste el atuendo tradicional butanés, que la ley impone en determinadas
áreas públicas, para reforzar la identidad cultural butanesa (uno de los
pilares de la FIB). El de los hombres es un vestido de una sola pieza de tela
que llega hasta las rodillas y se ata con un cinturón. Las mujeres llevan un
vestido hasta los tobillos. En los actos oficiales, los hombres se ponen una
gran bufanda, llamada kabney,
cuyo color indica el rango de la persona. Amarillo para el rey, naranja para
los ministros y otras selectas autoridades, azul para los parlamentarios,
blanco para el pueblo llano.
Lyonpo Sonam Tobgye, el presidente del Poder
Judicial, es de los contados butaneses que puede llevar kabney naranja. Y su uniforme
particular se completa con una imponente espada que lleva amarrada a la
cintura. "La espada es el poder, y la kabney
es el honor. Cuando me jubile, la espada se va, pero la kabney se queda", dice, y suelta
una sonora carcajada, sentado en su despacho, presidido (¿lo adivinan?) por una
fotografía del cuarto rey de Bután. Fue él quien le encomendó, hace hoy
exactamente ocho años, dirigir la comisión que se encargaría de redactar un
borrador de Constitución para Bután. Quizá el primer gran paso para convertir
Bután en una democracia.
Lo habitual en la historia es que la
democracia sea una conquista del pueblo, producto a menudo de sangrientas
luchas y revoluciones. Pero en el caso de Bután la democracia llegó por el
empeño del cuarto rey, en contra de la voluntad de la mayoría de sus súbditos.
En diciembre de 2005, Jigme Singye Wangchuck
anunció que abdicaría a favor de su primogénito y que se celebrarían
elecciones. "La democracia no entró de la noche a la mañana", explica
Lyonpo Sonam Tobgye, con la espada asomando por debajo de su kabney naranja. "Fue un proceso
largo. Cuando su majestad dijo que había que hacer una Constitución, la idea no
fue aceptada en absoluto por el pueblo. No queríamos una Constitución.
Estábamos muy a gusto con nuestro pasado. Teníamos desarrollo, seguridad,
habíamos progresado. Aun así, su majestad insistió en que era importante que
tuviéramos una Constitución. Y el pueblo aceptó sus palabras, porque nos fiamos
de él".
El comité estudió "unas
cien" constituciones extranjeras. Después se quedaron con una veintena. Entre
ellas, una les inspiró especialmente: la española. "La leímos una y otra
vez", recuerda. "Es una muy buena constitución. Es muy progresista. Y
ustedes tienen, como nosotros, una monarquía constitucional. Le confesaré una
cosa: la leímos un poco tarde. De haberla visto antes, quizá no habríamos
estudiado tantas otras".
Entregaron un borrador después de 10 meses,
que se colgó en Internet para que lo vieran los ciudadanos y el mundo exterior.
"Recibimos unos 400 comentarios de todo el mundo: intelectuales,
universidades, organizaciones de derechos humanos. Estudiamos todo eso, hicimos
otro borrador y éste se distribuyó al pueblo".
Los reyes, padre e hijo, recorrieron
entonces todo el país, hasta las aldeas más remotas, y celebraban reuniones en
los pueblos para explicar y discutir el borrador de la Constitución. El 18 de
julio de 2008 se aprobó una carta magna sin pena de muerte para un país cuyo
delito más común es el expolio del patrimonio artístico y cuyo artículo 9.2
establece: "El Estado se esforzará en promover las condiciones que
permitan la consecución de la felicidad interior bruta".
El 24 de marzo de 2008 se celebraron las
elecciones parlamentarias. Se presentaron dos partidos y ganó (45 de los 47
escaños) el Partido de la Paz y la Prosperidad del actual primer ministro,
Jigmi Thinley. Y hace ahora un año, en noviembre de 2008, Jigme Khesar Namgyel
Wangchuck, de 28 años, hijo de Jigme Singye Wangchuck, se convirtió en el
quinto rey de Bután, el primer monarca constitucional del país.
La sangre del nuevo rey aúna dos
legitimidades. La de su padre, dinastía que reina Bután desde 1907, y la de su
madre, que desciende de Ngawang Mamgyal, líder de una escuela de budismo
tibetana que en 1616 se exilió en lo que hoy es Bután, a la edad de 23 años, y
se convirtió en el primer gobernante del Bután unificado. El territorio se
llamaba entonces (todavía hoy lo llaman así muchos butaneses) Druk Yul, o la
Tierra del Dragón del Trueno. Y al líder se le otorgó el título de
Zhabdrung, o Aquel a Cuyos Pies Uno Se Somete.
Su cuerpo embalsamado se guarda en la torre
central del Punakha Dzong, también conocido como Templo de la
Felicidad, sede del poder medieval, donde se coronó a los cinco reyes
modernos. Una joya de la arquitectura butanesa, que el propio Zhabdrung mandó
construir en la intersección de dos veloces ríos, uno macho y otro hembra (eso
dicen), en un promontorio con una trompa que desciende hasta el agua. Ya lo
advirtió, en el siglo VIII antes de Cristo, Gurú Rinpoche, santo patrón de
Bután, que trajo el budismo tántrico a estas montañas: algún día, dijo, en un
sitio que parece un elefante muerto, alguien llamado Ngawang levantará un
templo. Y si tiene éxito, unificará un país.
El coche avanza por la serpenteante
carretera, y uno podría pasarse horas mirando las formas que dibujan las nubes
algodonosas contra el azul brillante del cielo y el manto de verde intenso con
que los frondosos bosques cubren las imponentes montañas que rodean al valle de
Punakha. Quedan pocos días para la recolecta de los campos de arroz, que se
siembran en junio, antes del monzón, y que confieren al valle un color tostado
en este inicio del otoño.
La marihuana crece libre en las cunetas,
pero sólo recientemente han tenido algún problema con su tráfico y cultivo.
Tradicionalmente se le daba usos más exóticos. Como recuerda un anciano del
lugar, en los internados los críos untaban con marihuana el suelo para que las
chinches la comieran, anduvieran más lentas y despistadas, y así fuera más
fácil cazarlas.
Bután es una potencia en plantas
medicinales. "Los botánicos extranjeros que vienen no dan crédito",
explica Karma Phuntsho, de la Oficina para la Investigación de Plantas
Medicinales y Aromáticas. Entre las especies más extrañas está el yagtsa guen bub, o "hierba de
verano y gusano de invierno". Se da a partir de 4.000 metros de altitud y
es, al mismo tiempo, animal y vegetal. Un gusano que se hunde bajo la tierra y
brota de su cabeza una especie de planta u hongo, cuyo cuerpo se convierte en
raíz. Tiene propiedades rejuvenecedoras y afrodisiacas, y en Bangkok se paga a
10.000 dólares el kilo. En el sistema de sanidad butanés, para dolencias leves,
los ciudadanos pueden elegir entre la medicina tradicional y la occidental. Y
la exportación de plantas medicinales, explica Phuntsho, "tiene un gran
potencial para el país". "Eso sí", advierte, "siempre que
se realice de manera sostenible".
De momento, la economía de Bután confía en
la bravura de sus ríos para generar energía hidráulica (esperan multiplicar por
cinco su producción en los próximos años) y en el turismo, una industria que
nació en los años setenta. En este terreno se sigue una política, entroncada
con la filosofía de la FIB, de "pocos visitantes, pero mucho valor".
El turista debe pagar una tarifa de 220 dólares al día, que incluye
alojamiento, comidas, entradas a museos, desplazamientos interiores y guía. Se
trata de mantener un volumen rentable pero moderado, y evitar catástrofes
ecológicas, estéticas y sociales como la que el turismo masivo ha provocado en
el vecino Nepal.
Y así hasta que el país sea autosuficiente y
deje de depender de la ayuda externa. "Hacemos un buen uso de las
ayudas. Apenas hay corrupción, y a los donantes les gusta asociarse a la idea
de la FIB. Pero habrá un momento en que la ONU considere que podemos valernos
por nosotros mismos", explica el ex ministro Lyonpo Thinley Gyamtso.
"Somos un país pequeño y queremos hacer las cosas así. No queremos enseñar
nada al mundo. Hacemos lo que creemos que es mejor para nosotros. Y si el
mundo cree que hay algo que aprender, son más que bienvenidos".
Fuente: http://elpais.com/diario/2009/11/29/eps/1259479614_850215.html
Y Beatriz Marchetti que me lo mando por mail! Gracias amiga :)